Domingo 32° durante el año

6 de noviembre de 2016

Lucas 20, 27-38

1.- ¿Hay vida después de la muerte? Nos hallamos ante una inveterada discusión de la que participaban los saduceos y los fariseos. Me refiero a la resurrección de los muertos; los primeros no creían en ella, sí los segundos. Se plantea la cuestión, un tanto teórica, de una mujer que había enviudado siete veces; según la ley mosaica, debió ser esposa, sucesivamente, de los siete hermanos. Cuando se produjera la resurrección, ¿de quién de ellos sería esposa si durante su vida mortal lo había sido de los siete? Jesús dirime la cuestión con una aseveración que no deja margen al conflicto jurídico, un tanto prefabricado como sutil trampa: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero quienes son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles…” (Lucas 20, 34-36). En un mundo obsesionado por una exacerbada mentalidad hedonista las palabras de Cristo suenan extrañas. La diferenciación de sexos deja de manifiesto una legítima y sagrada expresión temporal del amor y el propósito providencial de la fecundidad humana. Cuando las personas humanas, habiendo transitado la etapa procreativa, lleguen al inevitable fin biológico, entrarán en lo definitivo de la vida, hasta entonces en proceso de serlo. Entonces el amor habrá superado el tiempo, en el que el sexo era una muy sagrada y providencial expresión, aunque no la única. También lo es el celibato consagrado.

2.- No se piensa en la eternidad, o se le teme. Jesús aborda el tema apasionante de la vida después de la muerte. En su opinión, que es la enseñanza cierta, los muertos han de resucitar: “que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”. (Lucas 20, 37-38) La incapacidad de trascender, causada por el pecado, torna a las personas superficiales y desilusionadas de la vida, que parece escurrirse rápidamente entre los dedos de la mano. No se piensa en la eternidad como estado de plenitud. Gracias a la fe se toman en serio las palabras de Jesús, desarrolladas posteriormente por los Apóstoles. El Credo católico afirma: “creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”. En tiempos como los nuestros, en los que se consumen baratijas como si fueran las verdades, necesitamos recurrir a la fe para llegar a la verdad. La fe halla su consistencia en la Palabra de Dios y es suscitada necesariamente por ella. No es su cometido acreditar hallazgos filosóficos de procedencia puramente humana. Transmite la Palabra y vive de su encarnación en la vida corriente. La predicación del Evangelio promueve la adhesión de quienes creen, transformando sus vidas y haciéndoles crear proyectos sociales y culturales capaces de ofrecer propuestas auténticamente superadoras.

3.- El mundo necesita este mensaje. La ignorancia, la timidez y la cobardía frenan peligrosamente todo empeño por evangelizar a la moderna sociedad. Jesús manifiesta su firme propósito de eliminar todo temor de los corazones de sus frágiles discípulos. Por ello el intrépido Pablo, los “hijos del trueno” – Santiago y Juan – y el asustadizo Pedro, se lanzan sin miedo a proponer a Cristo como Salvador. En lo sucesivo no los acobardarán las persecuciones, ni la muerte violenta. El mundo necesita recibir abierta y claramente el mensaje y, los cristianos, reponer el contenido íntegro de la fe suscitada por el anuncio evangélico. Se produce una urgencia innegable en la acción pastoral que la Iglesia protagoniza. Su descuido sigue ocasionando debilitamientos peligrosos en la presencia de quienes deben ser testigos irremplazables de la difusión de la Palabra. Es preciso que nos refiramos a todos los bautizados, conforme a la misión que hayan recibido en el misterio sacramental que integran. Es indisimulable la corresponsabilidad de quienes, por el Bautismo, constituyen el Cuerpo Místico de Cristo. Hace más de cincuenta años lo ha expresado, con toda la fuerza de su autoridad apostólica, el Concilio Vaticano Segundo.

4.- Sin futuro trascendente, esta vida no tiene sentido. Si el hombre pierde la perspectiva de un futuro definitivo y trascendente advierte que su vida no tiene sentido. La amargura, manifestada por un número creciente de personas, procede de esa existencial desilusión. La mayoría piensa que, en la llamada “buena vida” o “dolce vita”, consiste la felicidad. Pronto sobreviene la decepción y un inevitable estado depresivo. Los intentos de evadirse del fracaso y de la frustración, abren equívocos senderos: la embriaguez, la drogadicción, el sexo, el poder y la avaricia. Es así como la sociedad se enferma, contagia a sus niños, contamina sus medios de comunicación social, empobrece su enseñanza y frustra la auténtica educación del hombre. Cristo vino a enseñar al hombre – me refiero al varón y a la mujer – a recuperar su verdadera identidad. La realización humana del Verbo, revela a todos los hombres cuál debe ser “el Hombre que Dios quiere de cada uno de los hombres”. La evangelización causa un contacto vivo con ese Modelo único. No sólo se aprende de Él. Su gracia hace posible ese aprendizaje.