Corrientes, 18 de septiembre de 2015

 

 

1.-   Un homenaje oportuno.  Me es particularmente grato brindar una reflexión, desde el ámbito religioso que me corresponde, sobre la personalidad de San Juan Melchor Bosco, con ocasión del bicentenario de su nacimiento. Su figura se destaca agigantada en el transcurso de los dos siglos. El santo apóstol de los jóvenes nació el 16 de agosto de 1815 en l Becchi, Turin. De familia campesina, pobre y numerosa. Su padre murió siendo él muy pequeño. Su madre, la virtuosa doña Margarita, asumió toda la responsabilidad del sostenimiento y educación de sus hijos. En la historia de personas semejantes a Don Bosco influyen, de manera decisiva, la presencia y acción educativa de las madres cristianas. Es así que se produce el descubrimiento y desarrollo de dotes y vitudes naturales y, en consecuencia, se superan los límites y las dificultades que ofrecen los diversos temperamentos. Además del entorno familiar existe otro de gran incidencia en la formación de las personalidades. Me refiero al contexto socio político y cultural de la época. El siglo XIX se caracterizó por cambios profundos, que ocasionaron nuevos enfoques y connaturales inconvenientes. La misma Iglesia, con el peso de su venerable historia, acusó recibo de múltiples reclamos de revisión y oportuno «aggiornamento» a los que procuró responder. La sucesión de nuevos acontecimientos produjo algunas crisis y legítimos replanteos, pero, al mismo tiempo, despertó en ella la convicción de que los valores esenciales debían ser custodiados y actualizados cuidadosamente. Los santos se constituyen en testigos de la fe, aplicándola a la realidad que les toca compartir (haciéndose cargo de ella) con sus coetáneos.

2.-   Su carisma.  El carisma que caracteriza a San Juan Bosco, aunque aprovecha la existencia de una predisposición natural, se manifiesta como el don gratuito de Dios. Su desarrollo ofrece respuestas oportunas a necesidades concretas y acuciantes del momento. En ellas, la virtud cristiana, despliega su potencial. Sin duda, la santidad es más humanismo, es mejor humanismo. Cristo es el prototipo del hombre. Para aproximarse al ideal humano es preciso acercarse existencialmente a Cristo. El «hombre» que Dios quiere de cada uno – varón y mujer – es Cristo. Ésta no es una inútil lucubración; al contrario, nos ayuda a entender, desde el Creador, quién es el ser humano como creatura. A Don Bosco no lo entendemos, en su exacta dimensión histórica, si no lo obsevamos como el santo educador de los jóvenes. Don Bosco nace en una Italia que logra su definición como nación, pasando, desde diversos estados autónomos (o reinos), a la «unificación italiana» o «resurgimiento italiano» ( 1815-1914 ). El mismo Don Bosco se convierte en ciudadano italiano a partir de la unificación mencionada. Había nacido en el Reino de Piamonte-Cerdeña, cuya capital era Turin. Con la firma del Beato Papa Pio IX, la Iglesia cedió los «Estados Pontificios» y, con el Pacto de Letrán, el Vaticano se constituyó y fue reconocido como Estado soberano. Ese es el contexto histórico en el que aparece este hombre tan de Dios y tan de los hombres. Sin reconocerlo en ese contexto no lograríamos dimensionar correctamente su obra y personalidad.

3.-   Respuesta de Dios al mundo.  Al estilo de Dios, que acude a las necesidades angustiosas de los hombres, la iglesia de Cristo se introduce en cada situación conflictiva y aporta lo que ha recibido de su Fundador para resolver problemas y curar heridas. El presbítero Juan Bosco aparece en un momento, muy convulsionado, para atender a la juventud numerosa y desorientada religiosa y socialmente de su Patria. Ese sector de la sociedad – me refiero a la juventud  – es causa de la solicitud pastoral de la Iglesia Católica, presente dinámicamente en los diversos momentos y circunstancias de la historia. En el léxico corriente este tema parece llenar espacios destacados del discurso político de la mayoría de los referentes sociales. A la hora de la verdad, la juventud es ignorada o usada, a pesar de reconocer su importancia en el mundo que se avecina. Don Bosco manifiesta ver mucho más allá que la mayoría de sus contemporáneos. Las graves dificultades e incomprensiones que debió enfrentar, tanto de la sociedad como de algunos sectores de la misma Iglesia, constituyen la prueba de la envergadura y trascendencia de su misión. Más adelante procuraremos apreciar el secreto de su extraordinaria vitalidad. Es observado con desconfianza por algunos, mientras otros se adhieren a su persona y a su obra con gran entusiasmo.

4.-   Creador de las estructuras necesarias para la acción.  Como hombre dotado para la acción, se dedica a organizar prolija y sabiamente su actividad apostólica. Al comprobar las exigencias desbordantes de su ministerio entre los jóvenes funda una Congregación de clérigos y consagrados laicos que adoptan su singular carisma. Así nace la Congregación de los sacerdotes de san Francisco de Sales, los hermanos coadjutores y, posteriormente,  las Hijas de Maria Auxiliadora. Todos ellos dedicados a la educación de los jóvenes más pobres y olvidados. Es admirable ese despliegue. Durante su vida pudo ver florecer su familia religiosa en todo el mundo. Los salesianos llegaron a Buenos Aires por disposición del mismo Don Bosco en el año 1875. Su primera sede en la Argentina es el actual Colegio de María Auxiliadora de la ciudad de San Nicolás de los Arroyos. Aquella expedición será guiada por uno de sus primeros colaboradores: el padre Juan Cagliero. Con los años se convertirá en el primer Obispo salesiano, gran misionero de todo el sur de nuestro vasto territorio nacional. Ya Cardenal será más conocido por su relación con el Beato Ceferino Namuncurá, a quien conducirá a Roma para iniciar sus estudios como clérigo de la Congregación salesiana. Desafortunadamente la tuberculosis troncha la vida de aquel santo joven mapuche, a la edad de 18 años.

5.-   El influjo de su entorno socio-político y eclesial.  El cometido de esta exposición es una simple reflexión sobre la personalidad de este excepcional educador de la juventud y popular santo. Para ello no podremos dejar de mencionar las influencias que incidieron en su formación: la pobreza y humildad de su cuna; su gran sensibilidad ante el desamparo de una juventud, marginada de la atención de la sociedad de su época; su ejecutividad en respuestas inmediatas y acertadas, incluso desafiado por obstáculos, humanamente insalvables, y opuestos a sus proyectos apostólicos; su empeño en lograr la realización de sus santos propósitos, dotado para ello de una inteligencia despierta y de una voluntad tenaz; su facilidad y simpatía en las relaciones personales con todos: humildes, pobres y poderosos. La complejidad de su obra pastoral cuenta con quienes se atreven con él a llevar a cabo cualquier proyecto, por más difícil que sea. Su extensa acción misionera presenta una historia poblada de anécdotas y premoniciones que acreditan su singular carisma. Su espiritualidad, que se constituye en el secreto de la eficacia de su obra, se inspira particularmente en San Francisco de Sales, el Santo que cultivó la humildad y mansedumbre de Cristo, atrayendo, a los peores enemigos de la fe católica, a la conversión y a la santidad. De la mano de su entrañable director espiritual, el padre José Cafasso, también canonizado por la Iglesia, Don Bosco encarna y adopta la espiritualidad del santo Obispo de Ginebra. El primer sueño premonitorio de San Juan Bosco marca a fondo cuál debe ser el método educativo y pastoral que regirá su prodigiosa acción. Me refiero al que exige una educación integral, que reclama comportamientos ejemplares – y sus tiempos propios – en quienes asuman la responsabilidad de llevarla a término.

6.-   El educador y su método.  Para ese método educativo, llamado técnicamente «sistema preventivo», se requiere de una estructura adecuada, animada por hombres y mujeres capacitados técnicamente y, en simultáneo, dueños de un temple virtuoso de gran calidad. El mismo Don Bosco es un verdadero paradigma para quienes, con él y como él, se consagrarán a la docencia. La suya no es una mera profesión. Es preciso tener en cuenta que el mencionado método preventivo, atribuido a Don Bosco, nace como respuesta al sistema represivo que primaba en la Europa del siglo XIX y sus territorios de influencia. El trato paciente y firme – hasta tierno – que Don Bosco inculca a sus salesianos, en la práctica de la educación de los jóvenes de su tiempo, y el reemplazo del horror al pecado por la belleza de la virtud, constituye la síntesis de dos espiritualidades convergentes: la de San Felipe Neri y la de San Francisco de Sales. Su Familia religiosa integrada por clérigos, consagrados y laicos toma el nombre del gran Obispo de Ginebra como proyecto de vida: salesianos. El sistema preventivo mencionado extrae la sustancia argumental de San Felipe Neri («Hagan lo que quieran, a mi me basta que no cometan pecado») y la modalidad espiritual de San Francisco de Sales (el Santo de la bondad y de la dulzura).

7.-   Dos espiritualidades convergentes vienen en su auxilio.  Don Bosco sintetiza, en su ministerio entre los jóvenes, ambas espiritualidades. No las copia sino que las asimila en su personalísima visión del ejemplo de Cristo, «el Santo de Dios». Su carisma, en creciente desarrollo, lo vuelve creativo y original, hasta integrar el elenco de los santos y santas de la Iglesia Católica. No entenderíamos a Don Bosco disociando su gigantezca figura de la santidad. No obstante, su asombrosa gravitación se debilitaría sin el entorno existencial que lo condujo a vivir heroicamente las virtudes cristianas ( fe, esperanza y caridad ).  En todos estos héroes de la fe hallamos un común denominador: la operación libre de la gracia de Dios. La identificación personal de cada uno de ellos con Cristo es posible gracias al Espíritu, exclusivo Artífice de la santidad. El gran San Pablo, desde su peculiar experiencia de conversión y fidelidad, afirmaba sin rodeos: «Por la gracia de Dios soy lo que soy». En esa divina manufactura de santidad, Dios manifiesta máximo respeto a la identidad intransferible de cada uno. No existen dos santos idénticos, como tampoco existen dos personas idénticas.

8.-   Don Bosco santo.  Por lo mismo, San Juan Bosco se constituye en una artesanía del Espíritu Santo. Como toda obra artesanal no admite moldes que la reproduzcan. Será inspirador de otros, como lo fueron para él San Francisco de Sales y San Felipe Neri. Su gran familia salesiana, constituida por sacerdotes, hermanos coadjutores, religiosas, consagrados y laicos, vive, de manera pluriforme, el espíritu que lo anima. Se lo llama «carisma», por ser don de Dios para la realización – del todo original – de la educación de los jóvenes más desamparados. El Santo realiza y desborda al educador; el Evangelio, y su inmediata formulación doctrinal, cumple y supera toda metodología pedagógica. Es así como Don Bosco y sus colaboradores se presentan tan originales y creativos hasta parecer revolucionarios. ¿No lo son acaso? Pacíficos renovadores del método y del contenido para una formación integral de las personas. San Juan Bosco es un hombre práctico, pero, al mismo tiempo, un inteligente organizador de la actividad educativa a la que dedica su vida y su ministerio. En consecuencia, piensa, lee, consulta y escribe.

9.-   El universo como frontera.  Un apostolado tan específico no deja de revelar la dimensión universal de su misión como hombre de Iglesia. Don Bosco desempeña un rol de alcance múltiple. La excelente relación que mantiene con Pontífices, del prestigio histórico del Beato Pio IX y su sucesor León XIII, lo convierte en un consultor irremplazable en asuntos intrincados, que tocan a las relaciones de la Iglesia con la sociedad y los estados. En el interior de la Iglesia ofrece su opinión libre, cuando se la solicitan, en delicadas decisiones y designaciones, y otros asuntos de especial importancia. Su relación constante con Dios y su disponibilidad para el servicio lo alejan de toda ambición de poder. Trasciende su labor pastoral específica y se ocupa de lo que le solicita el Papa, como la construcción de la monumental Basílica de María Auxiliadora, en Turin. Mantiene clara la jerarquización de los valores, continuamente monitoreados desde su natural humildad y apostolado entre los jóvenes más pobres y marginados. Don Bosco es un pobre entre los pobres, como Cristo, su Maestro y Señor, se hizo Hombre entre los hombres; de allí extrae la luz y vigor espiritual que lo capacitan para afrontar gravísimas dificultades, incomprensiones y sórdidas persecuciones. Su biografía relata innumerables anécdotas que confirman su fortaleza y equilibrio virtuoso.

10.-   La educación logra su perfección en la santidad.   Su piedad personal trasciende y desborda sus palabras y gestos, de tal modo que, la admirable atracción que ejerce sobre los jóvenes, se constituye en un sendero seguro para inspirarles un cambio de comportamiento, hasta la santidad. Su influencia va más allá de todo intento filantrópico y, el amor entrañable que profesa a sus jóvenes pobres constituye el secreto para generar, de entre ellos, hombres y mujeres cabales. Algunos de aquellos jóvenes llegaron a ocupar lugares destacados en el Santoral de la Iglesia: Santo Domingo Savio, Beata Laura Vicuña, Beato Ceferino Namuncurá. También se cuentan algunos clérigos, coadjutores y religiosas. Todos fueron partícipes del mismo carisma, encarnado originariamente y promovido por él. La presencia salesiana ha generado, y genera, un clima espiritual de particular incidencia en la vida social. En la Argentina se ha manifestado mediante un movimiento misionero que ha recorrido gran parte de su geografía, particularmente el sur patagónico. La visión católica – universal – que asiste a Don Bosco, lo distancia saludablemente de ciertas obras y sectores que pudieran actuar como cápsulas y muros de contención en el despliegue evangelizador que lo desafía.

11.-   Su confianza en Dios, el secreto de su éxito.  Más allá de su espíritu naturalmente pronto a la lucha, San Juan Bosco cultiva una confianza ilimitada en Dios. Es la sustancia de su espiritualidad. Se atreve a todo porque ama a Dios. Las empresas que encara sucesivamente logran su cometido porque el amor hace de él un hombre libre, hasta el extremo de no considerar nada imposible. Es un exponente claro de que el amor mueve y posibilita toda realización, no el engreimiento mezquino de la «soberbia». Los verdaderamente grandes son humildes. Don Bosco prestigia el elenco de los «grandes-humildes». Su biografía está ilustrada con muchas anécdotas que confirman la práctica de esa virtud. Los santos son prácticos; realizan lo que deben; no gastan el precioso tiempo en especulaciones, que resultan estériles. Jesús exhorta a hacer la voluntad del Padre. Él mismo dedica su vida a cumplir la misión encomendada por el Padre: «Mi comida y mi bebida es hacer la voluntad de mi Padre». La singularidad de este gran apóstol de los jóvenes no hubiera llegado a concretarse sin su disponibilidad a cumplir de inmediato la voluntad de Dios. Entendió que Dios se expresaba desde la dolorosa situación de una juventud pobre y desamparada. En consecuencia, su obra gigantezca, hasta sobrehumana, florece como respuesta concreta e inteligente al llamado de Dios.

12.-   Más allá de lo religioso.  La enorme Influencia de su actividad pastoral, sobrepasa el ámbito religioso, para constituirse en mensaje universal, como es el Evangelio. Es un educador que responde a los requerimientos de una realidad muy conflictiva, que le exige bajar líneas pedagógicas de valor necesario para todos. Su famoso método preventivo sin excluir el curativo, y excluyendo definitivamente el método represivo, extrae de la Doctrina católica la luz, destinada a iluminar a todo hombre (creyente y no creyente). Por eso, San Juan Bosco es reconocido como un gran hombre de Dios, pero también, y a causa de ello, como un gran hombre de los hombres. En mi ya extenso itinerario pastoral me he entrevistado con muchos que lo admiraban, aún sin participar de la fe católica. Dios se transparenta en la gente buena, más allá de la fe religiosa que profese, y, con meridiana claridad, en los santos. Cristo es el paradigma original del santo – o santa – señalado por el Apóstol Pedro, como el Santo por antonomasia: «Simón Pedro le respondió: ‘Señor,¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios'». (Juan 6, 68-69). El santo es transparencia de Cristo, como Cristo es transparencia del Padre Dios: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes,¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre». (Juan 14, 9)

13.-   Dos devociones destacadas.  Desde su entrañable amor a Cristo, Don Bosco manifiesta dos devociones que orientan, de manera decisiva, su apostolado entre los jóvenes: la Iglesia y la Virgen María, en la antiquísima advocación de Auxilio de los cristianos, popularizada exitosamente por él mismo. Su personalidad, forjada en la fe y en la cultura propia de su época y de su pueblo, manifiesta un gran sentido de esa realidad, con frecuencia difusa y contradictoria. La educación cristiana que su madre – mamá Margarita – le inculcara desde pequeño, lo proveyó de contenidos religiosos imborrables que, durante el largo proceso de su desarrollo, constituyó una reserva de excepcional calidad. No llegaríamos a comprender a Don Bosco, disociado de ese contexto histórico, social y eclesial. El siglo XIX, en el que nace y muere: 16 de agosto 1816 – 31 de enero 1888, experimenta notables transformaciones. Como dijimos anteriormente: dos Pontífices marcan profundamente la historia de la Iglesia y preparan el agitado siglo XX: el Beato Papa Pio IX y el recordado Papa León XIII.

14.-   María Auxiliadora, la Madre.  No quisiera concluir esta reflexión sin referirme al rol maternal que desempeña la Virgen Santisima,  en su vida y en la de sus jóvenes, en su mayoria carentes de hogar y abandonados a la soledad de una orfandad involuntaria. Él, en Nombre de Jesús, los recoge a todos, especialmente a los más desheredados, para introducirlos en una familia o, en palabras simples, para ofrecerles a Dios como Padre y a María como Madre. Don Bosco es el privilegiado revelador de esa familia. Su relación con Dios, en la transparencia que Cristo hace del Padre, y con María, pregustada en la ternura y capacidad pedagógica de mamá Margarita, lo convierten en excelente catequista-educador de sus jóvenes. Como ocurre en una familia humana bien fundada, María Madre se constituye en el corazón, que bombea la gracia de Jesús y da vida a sus hijos más distantes y difíciles. La confianza del Santo en la materna intercesión de María Auxiliadora no tiene límites. Existe un anecdotario prodigioso que lo corrobora. Hace muchos años, cuando el prestigioso teólogo Josef Ratzinger no soñaba en convertirse en Benedicto XVI, confesó al periodismo que cuando era joven estudioso no sabía ubicar teológicamente a Maria en el Misterio cristiano, hasta que advirtió lo que no había advertido hasta entonces: María, como la madre en la familia, se constituye en el corazón mismo de la espiritualidad cristiana. No son éstas las palabras exactas del hoy Papa emérito, pero estimo expresar la idea de lo que dijo entonces. Don Bosco, como pedagogo inteligente sabe poner en práctica sus convicciones antropológicas y forma a sus jóvenes inspirado en ellas. La devoción a Maria ejerce, en la gran familia salesiana, un indeleble sello de autenticidad. Lo he podido comprobar en mi relación de pastor con las diversas y numerosas casas establecidas en Buenos Aires, San Nicolás y Corrientes.

15.-   El prócer y el santo.   Algunas personas dejan una honda huella en la historia. No siempre se debe al genio excepcional y a su correspondiente logro en el campo de la ciencia, del arte y de la política. Entre ellas están los próceres, admirados y reconocidos, y están los santos, en quienes la vivencia armónica de las virtudes cristianas los presenta al mundo como expresión posible de una humanidad nueva y renovadora de la sociedad. En San Juan Bosco se dan las dotes del prócer y, sobre todo, el equilibrio de la virtud heroica que alcanza su verdadera perfección en la santidad. De esa manera se constituye en un testigo convincente de la santidad del mismo Jesucristo, su Señor y Maestro.  Seres como él presentan la santidad como perfecta realización de lo auténticamente humano. Los mismos milagros que se le atribuyen no mitifican – hasta hacerlo inaccesible – a un ser humano que se presenta mejor hombre por ser santo. Comprendo que éste es un lenguaje difícil de entender y aprender. Para nuestro léxico, ordinario y, por momentos, ramplón, no existe un término que exprese, con precisión, la santidad. Se la ubica erróneamente entre elementos esotéricos, que causan desconfianza e incredulidad en las personas más reflexivas. La santidad de Don Bosco deja traslúcida la presencia de Dios entre los hombres.

16.-   Su vigencia.   Finalmente, creo que Don Bosco merece mucho más que un reconocimiento y homenaje formal a su persona y a su obra de educador y de pastor. Es preciso recoger su herencia y actualizarla. Mientras reflexionaba me pregunté, como interiormente desafiado: «El actual estado de la educación, y de nuestra juventud – que necesita una urgente y preferencial atención – ¿qué sugeriría a la mente inquieta y al espíritu indomable de San Juan Bosco? No creo que se deblegara ante el desorden y vaciamiento de valores que el mundo contemporáneo pretende imponer a esta juventud, no menos en riesgo que la de su tiempo. La Iglesia tendrá que velar para que el carisma salesiano, tan de todos los tiempos, se actualice en quienes, con el estilo propio de Don Bosco, estén dispuestos a revitalizarlo ya. Es la respuesta desde la fe, que la Iglesia debe reformular, ante la situación inédita creada por la drogadicción y la delincuencia, que encuentra su caldo de cultivo en la seudocultura del «dolce far niente» de ese alarmante número de jóvenes que «no trabaja ni estudia». Es impostergable, en simultánea acción, cuidar la cuna donde nacen y crecen nuestros jóvenes. Una sociedad enferma y una familia herida, necesitan el remedio adecuado para su recuperación. Don Bosco suministró eficazmente esa medicina. Me refiero a la gracia de Cristo, que la Iglesia sigue ofreciendo y administrando.