Encuentro del Instituto Secular: “Fraternidad Franciscana”

Del 26 al 29 de enero de 2023

ALTA GRACIA (Córdoba)

 

Mons. Domingo S. Castagna

Arzobispo emérito de Corrientes

 

1.-   Promotores de fraternidad.   Santiago afirma que la fe sin obras está muerta, lo mismo podemos decir de la fraternidad. No hay fraternidad sin una práctica de la misma. La pertenencia al Instituto Secular “Fraternidad Franciscana” supone, necesariamente, un comportamiento fraterno, establecido como meta inmediata de su vida interna y de su espiritualidad. Queda definida, de esta manera, su misión en el mundo o en la secularidad: ser promotores de fraternidad en los diversos ambientes de la sociedad. Su consagración, de estilo franciscano, dedica a presentar testimonialmente a Cristo – pobre, obediente y casto – que hace posible el mandamiento del amor o de la auténtica fraternidad: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. (Juan 13, 34) Es clara su visión de la auténtica fraternidad.

 

2.-   Que Cristo sea conocido y amado.   Que el Señor ilumine nuestra mente para entender su mensaje. Si la fraternidad es la concreción de su mandamiento nuevo, estamos bien encaminados. El carisma del Instituto Secular es una infusión privilegiada de la gracia del Evangelio (del mismo Cristo). Su vida fraterna se expande como gracia en el mundo. Un obsequio de Dios – de su Espíritu – que inviste a sus miembros de una misión definida: que Cristo sea conocido y amado. Conocimiento y amor, transmitidos por el testimonio de quienes, mediante una vida fraterna y santa, han sido llamados para ello. Esta es la finalidad de la Fraternidad. El carisma que la acredita toma de San Francisco su identidad, y alienta a numerosos consagrados – a lograrlo en el tiempo propio – para que Cristo pobre, casto y obediente, sea conocido, amado y seguido. Increíble responsabilidad que, en momentos de crisis moral, se muestra particularmente vigente. Consagrarse es dedicar la vida. La fraternidad no es una cofradía de gente piadosa, que intenta un lugar propio entre los reconocidos oficialmente por la Iglesia. Es vida y compromiso generoso, en un mundo necesitado de mensajes transparentes que se expresen en la vida cotidiana de los elegidos.

 

3.-   El Instituto Secular “Fraternidad Franciscana”.   Pero, me preguntarán: “¿Cómo lograrlo hoy, en circunstancias tan conflictivas como las nuestras?” Mediante consagrados y consagradas, empeñados en que Cristo sea conocido, amado y seguido. El Instituto Secular “Fraternidad Franciscana” tiene, como objetivo principal, la presentación al mundo de Jesucristo – “pobre, obediente y casto” – con una forma de consagración liderada por San Francisco de Asís. Es así como desarrollaremos el presente tema: como exigencia de vida. En el mismo Evangelio, que guió a Francisco, hallaremos los elementos que nos asistan. Para Francisco, como lo había sido para Pablo, Cristo lo es todo. La vida del discípulo se convierte en la de su Maestro. No es una imitación mimética la que persigue el auténtico discípulo. Comparte el Espíritu de su Maestro y lo transmite al mundo. Logra, por lo mismo, adoptar la esencia del comportamiento de su Maestro en el lugar y tiempo que le corresponde. Por tanto, es nuestra misión hacer presente su fraternidad con todos, aún con quienes lo persiguen a muerte. Así lo predica, y así lo revela en su misteriosa Pasión y Muerte.

 

4.-   Cruz y fraternidad.   La fraternidad sin cruz no es fraternidad. Duele ser hermano, porque consiste en amar “hasta que duela” (Santa Teresa de Calcuta). Es el cumplimiento del segundo mandamiento, “semejante al primero”. Jesús lo expone como valor agregado: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. (Juan 15, 12) Y Él nos ha amado hasta soportar el inexplicable suplicio de la crucifixión. Su amor traspasa todos los límites… y es nada menos que Dios el que, de esa manera, nos manifiesta su amor. La fraternidad encuentra la fuente de su vitalidad en el amor de Cristo al Padre y a los pobres pecadores. Por lo tanto, nuestra vida, de la que la fraternidad se abreva, no puede ser más que puro amor a Dios. Si, como asegura San Juan: “Dios es amor”, nuestra vida debe ser amor, hasta consumarse en el suyo. Para ello, la espiritualidad propia de la fraternidad echa sus raíces en una continua relación de amor con Dios. Si no avanzamos en el amor a Dios, no lograremos amarnos, los unos a los otros, y menos aún a quienes están circunstancialmente opuestos a nosotros. Me refiero a los que el mismo Jesús califica como “enemigos”: “Ustedes han oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos”. (Mateo 5, 43-45)

 

5.-   Francisco: hermano de todos y de todo.   San Francisco llega a incorporar todo lo que observa a su sentido de la fraternidad: hermano sol, hermana tierra, hermana agua, hermano fuego y hermana muerte… Se siente hermano de todos y de todo, así los abraza tiernamente y los respeta. La Fraternidad Franciscana es amor fraterno como lo vivió Francisco de Asís, y que le inspiró crear una gran familia. Para lograr lo que él logró, será preciso inspirarse en lo que él se inspiró. Me refiero al Evangelio, constituido en la “regla” de vida, suya y de las comunidades que nacieron – o nacerían – de él. Cuando se trató de presentar al Papa las reglas de su Fundación, no hizo más que ofrecer el Evangelio, sin otra interpretación que la emanada del Evangelio mismo. Cuando la Curia Romana esperaba cánones novedosos de vida consagrada se halló con la humilde súplica del joven mendicante: «Pido la autorización de vivir, estrictamente, el Evangelio de Jesús”.

 

6.-   Se hace pobre para ser hermano.   No existe otra forma de compartir su “forma fraterna de vida” que haciéndolo a su manera. La extrae, con asombrosa naturalidad, de la meditación constante del Evangelio y de la predicación apostólica. Por ello, acepta ser ordenado diácono, sacramento que lo habilita a predicar. Pero, la virtud que envuelve su extraordinaria vida es la pobreza. Deslumbrado por la pobreza – su dama – como la contempla en Cristo, se enamora de ella y la adopta. El amor a su Maestro, como lo experimentaron los Apóstoles, impulsa a acceder a Él: Verdad y Vida. La sucesión de renuncias y despojos, desde su desnudez en la plaza de Asís, ante el obispo y el pueblo, su vida será una crucifixión junto a su amado Señor crucificado. Su testimonio orienta la atención – hacia la persona de Jesús – de muchos hombres y mujeres. Su pobreza, transparentada en la virtud de la humildad, hace que Cristo sea conocido. De allí, su extraordinaria y singular capacidad evangelizadora. Muestra en su vida lo que sus labios predican. Produce un entusiasmo por la persona de Jesús que arrastra a multitudes. La fraternidad es una consecuencia lógica de su amor a Cristo. Lo continúa siendo hoy, ante los desafíos de un mundo que no parece volver a la superficie de sus violencias y grietas.

 

7.-    La fraternidad vivida por Francisco es un estado de vida.   La vida consagrada en la secularidad no disimula su misión evangelizadora, al contrario. Al estar presente en las realidades temporales, y ser parte de ellas, logra transmitir espontáneamente la imagen y la palabra de Jesús. Es su misión y su riesgo, su compromiso de vida y su tarea principal. La Fraternidad – que San Francisco inspira – es un estado de vida, no una empresa espiritualmente lucrativa. El amor crea vínculos permanentes e indisolubles. El Santo enseña que la fraternidad es una experiencia de vida que no acaba, y que trasciende los límites de la solidaridad. Es preciso aprovechar estos días para dejar claras las ideas. Los votos, pronunciados ante la Iglesia, insertan a los profesos en una fraternidad preexistente. Otros lo han logrado antes. Así se han capacitado para incorporarse a la gran Fraternidad del Cielo. La Fraternidad vivida constituye un mensaje clave para la vida del mundo. Es peligroso el olvido de Dios, que los gestores de la cosa pública manifiestan con creciente desenfado. El consagrado es un testigo de Dios, en un mundo que pretende autoconstruirse sin Dios.

 

8.-   La Fraternidad: tarea ardua de cada consagrado.   El Instituto Secular “Fraternidad Franciscana” existe, en la Iglesia, para que la fraternidad universal, que Cristo vino a establecer – y por la que ofreció su vida en la Cruz – sea una realidad. No alcanzan los esfuerzos diplomáticos, menos aún los conflictos bélicos y las sanciones económicas. Crear fraternidad es lograr un acercamiento entre las personas, que las nivela como familia frente a Dios, Padre de todos. Es el carisma que Francisco ha encarnado a la perfección. Ustedes, Fraternidad Franciscana Femenina, constituyen una versión, potencialmente fiel, de ese admirable carisma. La fidelidad, aunque obra de la gracia, es también tarea ardua de cada miembro del Instituto. Hemos meditado, en otra ocasión, cuán necesaria es la vivencia de la plena pertenencia a la Fraternidad. Es oportuno recordar sus orígenes y exigencias. Jesús enseña, desde su filiación divina, que no habrá pleno acuerdo y fraternidad, entre las personas y los pueblos, mientras no se restablezcan las relaciones filiales con Dios: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes”. (Juan 20, 17)

 

9.-   Misión y compromiso fraterno.   La “Fraternidad” exige ser nuestra principal tarea. Es la condición para considerarse depositarios del carisma franciscano, síntesis de todas las virtudes del santo. Me refiero a los valores que Francisco vivió y transmitió. Nuestra condición de partícipes de una época tan conflictiva, constituye un desafío para nuestra identidad bautismal y de consagrados. Lo hemos reflexionado con frecuencia. Es saludable volver a ella y redescubrir, en la vivencia del carisma franciscano, el aporte que se nos exige. Unidos a la Iglesia seremos – en ella – una fraternidad que genera fraternidad; a pesar de que las condiciones se hayan vuelto tan desfavorables. San Pablo nos escribiría hoy que no bajemos los brazos, y ocupemos nuestra libertad en una actividad creativa. Para ello necesitamos, como el Apóstol, dejarnos tomar por el amor a Cristo. En Él aprendemos a amar a Dios Padre y a todos nuestros hermanos. Es la única contribución que el mundo necesita recibir de los cristianos. O sea, que en cada cristiano – en este caso “consagrado” – se produzca una viva transmisión del Evangelio. La evangelización es esa “transmisión”, con una capacidad inigualable de mostrar al mismo Jesucristo.

 

10.-   Vivir como hermanos.   Es urgente que respondamos al desafío. No es suficiente que logremos “sentirnos” hermanos, es preciso que vivamos como hermanos. Ello reclama de nosotros un compromiso de vida que defina todas nuestras relaciones. Jesús se comprometió hasta el extremo de ofrecer generosamente su vida en el doloroso y humillante madero de la Cruz. Ser parte de la Fraternidad Franciscana no es una mera formalidad institucional, sino la expresión más elocuente de ser parte de la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo. Nuestro Instituto Secular exige vivir el carisma de la fraternidad, al modo de Francisco. Éste, a su vez, lo expresa mediante su vida santa, su predicación y los estigmas de la Pasión. Esta forma de vida consagrada se nutre de la meditación continua del Evangelio y, así, se empeña en obedecer al Padre con Jesús pobre, obediente y casto. Para ello, el santo, además de escucharlo en la palabra evangélica, lo adora y contempla en la Eucaristía. Es un común denominador en todos los santos, y debe serlo en todos los bautizados. Contribuyen a ello las devociones más populares: La Cruz, la Escritura Santa, la Eucaristía y María Madre.

 

11.-    La fe y su alimentación principal.   Las oraciones litúrgicas piden a Dios conocer el camino y transitarlo decididamente. A ese interés existencial, Dios siempre responde con el don de la fe, creadora de un espacio en el que el creyente debe moverse. Para la realización de la fraternidad se requiere movilizarse en ese espacio. En consecuencia, la fe es una virtud que infunde el Espíritu y que necesita ser cultivada por cada uno de los creyentes. Para ello es preciso acudir a lo que la nutre sustancialmente: la escucha de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y, especialmente, la Eucaristía. Sin esta conexión con los signos sacramentales es imposible la práctica de la fe, y de su capacidad de asumir lo cotidiano y vivirlo realmente. El carisma franciscano de la fraternidad suele expresarse en la decisión de dirigir una mirada nueva a las realidades temporales. La vocación especial, que supone el Instituto en cada uno de sus miembros, incluye la gracia de  vivir la fe como expresión – “más elocuente” – de la vida bautismal. Así lo entiende el Magisterio del Concilio Vaticano II: “…la aspiración a la caridad perfecta por medio de los consejos evangélicos trae su origen de la doctrina y ejemplos del divino Maestro…” (Perfectae caritatis: n° 1 – del Concilio Vaticano II).

 

12.-   La práctica de la fe.   La vivencia de la fe hace posible la fraternidad. Se es creyente respondiendo a la vocación de hijo de Dios, y de hermano de todos los hombres. Todo bautizado está llamado a comportarse como hijo del Padre y hermano de los hombres. Su vida bautismal, por lo mismo, es la adopción de la filiación divina y de la fraternidad universal. La vida consagrada es expresión, como acabamos de decir, de la vida bautismal y, por lo mismo, de la filiación con Dios y de la fraternidad con todos los hombres. Cristo, en sus rasgos distintivos, impresos en los Evangelios, es el Modelo. Así lo entendió San Francisco en su vida de pobreza, obediencia y castidad. La profesión, que adhiere al bautizado a una institución de vida consagrada, compromete la vida, para que se rija por esos valores. De esa manera Cristo mismo es anunciado y testimoniado al mundo. La fraternidad franciscana, emanada de la vivencia de la filiación divina, es el rasgo característico de este Instituto Secular. Reiteramos: su inspiración original procede de San Francisco de Asís.

 

13.-   Muchos los llamados y pocos los escogidos.   El Santo privilegia la pobreza, como exacta expresión de su amor a Cristo. Lo mismo hará Santa Clara. Nos referimos a la pobreza de corazón, ponderada por el Señor en las bienaventuranzas. La pobreza de Francisco revela la humildad del Hijo de Dios hecho hombre. Así lo entienden sus admirados seguidores. Los hagiógrafos del Santo no han dejado de señalar esa similitud con su divino Modelo. El carisma, adoptado por este Instituto, remarca el resultado de la vivencia de la pobreza franciscana en fraternidad. Si es una Fraternidad “franciscana” debe exhibir la humildad del “poverello”  y su entrañable amor por todos los hombres. Ausente este amor, se produce una desestimación de la fraternidad. Ciertamente, la vocación, cuya meta este Instituto intenta lograr, exige la vivencia de la Fraternidad, al estilo de San Francisco de Asís. “Muchos son los llamados, pocos los escogidos” (Mateo 13, 39) se aplica al cumplimiento de toda vocación especial. Los escogidos son quienes responden con fidelidad al llamado. Hemos visto pasar muchas – llegadas hasta la profesión perpetua – que han desistido de su respuesta inicial. Son pocos los escogidos, no porque Dios no los haya llamado, sino porque se echaron atrás. El signo más claro de que se constituyen en “escogidas” es su pertenencia perseverante  e incondicional a la Fraternidad.

 

14.-   La fraternidad y San Francisco.   A eso nos vamos a referir. Para lograr plena conciencia de pertenencia a la Fraternidad es preciso mirar a Francisco de Asís y dejarnos invadir por su entusiasmo evangélico. Para ello es necesario leer y releer su biografía. La humildad ejemplar, expresada en la pobreza, que lo asemeja a Cristo, constituye la base de la Fraternidad que pretende de su Orden. Humildad es olvido de sí, por amor a Jesús crucificado. Cuando no se hace realidad esa base de sustentación, pierde sentido la vivencia del carisma franciscano, que únicamente es logrado en fraternidad. No hay fraternidad sin pobreza de espíritu o humildad. En mi asistencia, de tantos años, he comprobado que muchos fracasos vocacionales, se deben a la falta de adhesión a la pobreza del Seráfico Padre. Ya San Pablo lo había anticipado: “No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás”. (Filipenses 2, 3-4) Francisco mantiene una estricta fidelidad a la Palabra que expone mediante la predicación.

 

15.-   Sin la contemplación de Cristo crucificado no se entiende la dinámica de la renuncia.   San Francisco de Asís escudriña, en continua contemplación, los secretos del Cristo pobre: “Verdad y Vida”. Llega a no ofrecer el mínimo espacio a otros requerimientos. En la cumbre de las renuncias, a las que se somete sin vacilar, está la Cruz. Es entonces cuando su identificación con Cristo crucificado, se consuma en la impresión milagrosa de los estigmas. En él se produce, de manera prodigiosa, una participación excepcional en la Pasión. Existe otra forma de participación, también dolorosa, adoptada por los creyentes que se esfuerzan por ser fieles a la voluntad del Padre. Duele la santidad. Es la humilde respuesta a la exhortación del Señor: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga”. (Lucas 9, 23) La vida de un buen cristiano es ciertamente un martirio. La vivencia del carisma franciscano – de la fraternidad – es un martirio. Duele, como todo martirio, y se vuelve expresión perfecta de la caridad. El martirio es una amorosa dádiva de la vida a Quien ofreció la suya por amor.

 

16.-   Concluyendo.   Vamos a concluir nuestra extensa meditación. Quienes han profesado los votos en el Instituto Secular “Fraternidad Franciscana” disponen de la gracia que capacita para lograr la vivencia del carisma que lo identifica. El carisma identificatorio del Instituto se expresa en su título principal: “Fraternidad Franciscana”.  Por lo tanto es insostenible en él cualquier tipo de aislamiento y soledad. Es una familia unida en la fe, que procura extraer de la espiritualidad de Francisco de Asís el modelo que la rija. Así se creará una espiritualidad de comunión que hará posible vivir como hermanos. Se contrapone a todo intimismo piadoso, centrado en una vida desértica, poblada por los intentos de una salvación absolutamente individualista (“para cada cual”). Jesús vino a construir puentes, no a erigir muros. Se hizo hermano para hacernos hermanos. El Instituto Secular (FF) nace en la Iglesia para presentarse como concreción de la fraternidad y promotora de la misma en un mundo agrietado e irreconciliable. Es la misión que le corresponde.

 

17.-   María, Madre y Maestra de la Fraternidad.   Para ello, es preciso seguir las huellas de Jesús, como lo hizo San Francisco de Asís. Incluye alimentar la fe con la constante lectura del Evangelio. Una lectura para la obediencia, en la intimidad y en la participación con las otras hermanas de la misma Fraternidad. Para ello, es preciso dar rienda suelta a todas las formas de la convivencia: presencial y virtual. Finalmente, pongamos en el centro de nuestras Fraternidades a María, el ser más cercano a Jesús y su mejor discípula. Así lo han hecho Francisco y Clara. La Orden Franciscana, en sus múltiples y ricas expresiones, es una familia. Así lo ha imaginado y soñado su seráfico Fundador. María ocupa en ella un lugar irremplazable. Por ello, el Instituto “Fraternidad Francisana” se destaca por su constante marianización, como la Iglesia misma.