Domingo de Pascua – Ciclo A

12 de abril de 2020

Mateo 28, 1-10

1.-   Es Cristo quien restituye la Vida.   Amanece la Vida después de una aparente victoria de la muerte. El Verbo se hace carne para devolver la vida a los muertos. Para que la muerte, ocasionada por el pecado, fuera definitivamente vencida. “Yo soy la Resurrección y la Vida”, dice Jesús a Marta de Betania. Su manifestación se produce cuando todos, incluso sus más cercanos discípulos, son impactados por su muerte en la Cruz. Al resucitar su Cuerpo, horrendamente desfigurado durante la Pasión, convence al mundo que es Él la Resurrección que restituye la vida a los muertos: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Juan 11, 25-26). En lo sucesivo, y ante el anuncio de esta Verdad inocultable, muchos creerán en Él, y volverán con Él a la Vida para siempre. En primera instancia, no son los varones quienes reciben el encargo de transmitir la Noticia Buena de la Resurrección a los mismos Apóstoles, sino aquellas piadosas mujeres, que vieron morir a su Señor y acompañaron su cadáver hasta la sepultura. Y allí estaba María. “Pasado el sábado…” el amor y la compasión, conducen a aquellas mujeres al sepulcro y son sorprendidas por el acontecimiento mismo de la Resurrección de Cristo: “De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella”. (Mateo 28, 2)

2.-   “No está aquí porque ha resucitado”.   Como misteriosa aproximación a la original celebración de la Pascua, la presente situación, ocasionada por el coronavirus, ha causado un denso clima marcado por la incertidumbre y el temor. Aquellas buenas mujeres, y los discípulos dispersos, no están de fiesta aún. El texto evangélico que hemos proclamado relata el hecho histórico de la Resurrección de Cristo. La piedra, que es removida por el Ángel, descubre una tumba que acaba de ser abandonada por Quien dejó de estar muerto. El hecho es anunciado: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan enseguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán” (Mateo 28, 5-7). En circunstancias como las actuales es oportuno recordar que la Pascua celebra la Resurrección, por tanto, festeja la Vida plena y definitiva, de la que Dios nos hace partícipes en Cristo resucitado, vencedor de la muerte. Para ello, nos es preciso ampliar el concepto de Vida y constituirla en el derrocamiento de la muerte, como se lo asegura Jesús a Marta: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”. ((Juan 11, 25-26)

3.-    Los actuales testigos de la Resurrección de Cristo.   El acontecimiento relatado por los evangelistas es estrictamente histórico y no debe ser almacenado entre las bellas fantasías de literatos y poetas. Los Apóstoles reciben la misión de ser testigos de ese acontecimiento. La fidelidad a la misión, encomendada el día de la Ascensión, les costará la vida. No nos sorprenda que sus sucesores sufran la misma suerte. Los mártires contemporáneos,  muertos por la fe o duramente probados, no son victimizaciones enfermizas sino verdaderos perseguidos por creer en Cristo y observar sus mandamientos. Basta leer y escuchar los ataques – muchos anónimos – difundidos sin pudor en algunos medios de comunicación. Es un error descuidar el mandato misionero de la Ascensión, en inútiles entreveros, para que los consumidores de ciertos espectáculos formulen sus irresponsables juicios de cafetín. La Pascua 2020 exhibe características sin precedentes. Debemos celebrar la Vida combatiendo la enfermedad y la muerte. ¡Qué fuera de duda aparece esta afirmación en las actuales circunstancias! Se están produciendo gestos heroicos entre los profesionales de la salud y su voluntariado. Los aplausos concertados desde los balcones de los diversos domicilios constituyen el reconocimiento de la población. Pero, ¡qué callados se hallan quienes – con inexplicable desinhibición – se han decidido condenar a muerte a millones de niños por nacer, mediante la legislación del aborto! 4.-   El ser humano: causante y víctima.   Hoy celebramos la Vida que nos obsequió Dios al crearnos y, luego, al redimirnos. Es imperioso que nos inspire un respeto y amor a toda vida. La historia nos enseña que lo contrario – la presencia del pecado – ha causado males indecibles y tragedias innumerables. Nos basta repasar el siglo XX: sus dos guerras mundiales, sistemas totalitarios y conflictos sangrientos internos, con sus secuelas de muertes y de persecuciones. Los fenómenos naturales, que han afectado a poblaciones enteras, y las epidemias de diversa magnitud y gravedad – como el coronavirus – tienen al ser humano como causante y víctima. Para neutralizar tanto mal es preciso recomponer a su protagonista, haciendo efectiva la Redención. La Pascua que celebramos es la Redención que necesitamos. Cristo es nuestro Redentor: “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La recuperación de nuestra salud depende de su presencia activa y universal.