Tercer Domingo de Adviento

13 de diciembre de 2015

Juan 1, 6-8. 19-28

 

1.-   La honestidad del Bautista.   Otra vez aparece Juan Bautista. Presionado por sus amigos y enemigos debió presentar sus «cartas credenciales» en las cuales no constaba que fuera el Mesías. No engañó ni se engañó. Su amor a la verdad es más poderoso que seguir la corriente del pueblo deseoso de un lider que los redima. El evangelista Juan presenta a su homónimo con esta expresión: «Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él». (Juan 1, 6-7) No es un grupo de choque, ni un sector ideologizado, es una persona en la que Dios manifiesta – a todos – su cercanía afectuosa y su confianza. Lo hace digno de una misión singular: ser testigo de la luz. El testigo se identifica con lo testimoniado. Juan no es la Luz, pero, es escogido para ser la transparencia de la Luz. Su fidelidad a la verdad lo hace humilde y, por lo mismo, transparente a la Verdad que anuncia. Su figura, situada como paradigma durante el Adviento, debe ser pedagógicamente destacada por la Iglesia. El mismo Jesús lo califica cuando traza los rasgos de su identidad humana y profética. En el mismo texto proclamado hoy, la respuesta de Juan Bautista no deja lugar a dudas  en quienes le preguntan quién es: «Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: yo no soy el Mesías. ¿Quién eres, entonces?, le preguntaron…¿Quién eres para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿qué dices de ti mismo? Y él les dijo: Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor’. (Juan 1, 20-23) Nos incomoda ser designados como un nombre más de la guía telefónica. Juan, más bien, rechaza ser sobrevalorado, hiere a su humildad y modestia que lo confundan con el Mesías o con alguno de los antiguos Profetas. Él es «una voz que grita en el desierto».

2.-   La Verdad que reclama fidelidad es Cristo.   Modelo de fidelidad a la verdad. Su actualización reviste una importancia inigualable. La simulación es la nota distintiva del pecado. El demonio es un mentiroso y seduce mintiendo. Es una pésima señal que, en sociedad, se favorezca la complicidad con el engaño y con el ocultamiento de la verdad. Para ser honestos, es preciso tener el coraje de ser humildes, no ocupar otros espacios, que no sea el propio, y no ambicionar distinciones que engolosinan el amor propio. El Evangelio, que la Iglesia predica, nos ofrece, en la persona del Bautista, mensaje y testimonio de humildad y sencillez, necesarios para hacer de la existencia humana una total conformación con su verdad original. No podemos inventar al hombre, ya está sabiamente inventado por Dios. En las actitudes de Juan existe un reconocimiento sincero de la propia identidad y un rechazo firme a todo intento de adopción de alguna otra, extraña a la suya. La misma Verdad que inspira a Juan el rechazo a que se lo considere el Mesías inspira en Jesus confesar su mesianidad. La verdad que Juan expone es la verdad de Dios, y, la Verdad de Dios es Cristo. Es preciso repetirla para que nuestra memoria la contenga de manera definitiva. La Iglesia celebra esa memoria y hace presente el Misterio.

3.-   El anuncio de Juan y el poder de Cristo.   Misión de extraordinaria vigencia, que debe hoy ser activada al modo virtuoso de San Juan Bautista. Cada bautizado reúne: la responsabilidad anunciadora de Juan y el poder redentor de Cristo. El mundo necesita ser preparado para recibir al Redentor. Tarea del Bautista. Al mismo tiempo se da el cumplimiento de lo anunciado, y la redención, preparada en la penitencia, está ahora al alcance de todo el mundo. La misericordia de Dios aprovecha las circunstancias más contradictorias de la vida social, para que se produzca el encuentro entre el Padre y el hijo arrepentido. Nadie debe considerarse excluido de esa relación paterno-filial. El Papa Francisco abrió la puerta santa del Año Jubilar de la Misericordia. No es una simple imagen, ocasionalmente cambiable, es la identificación revelada de Dios. Si «es Amor», como afirma el Evangelista Juan, es Misericordia. Es, por lo tanto: «perdón y reconciliación». Por ello, Jesús asegura que se encuentra entre los hombres para los enfermos y pecadores. Nadie puede condicionar ideológicamente su auténtica misión misericordiosa. «No vine. a juzgar sino a salvar» exclama, sin tolerar la interpretación farisaica de su comportamiento misionero.

4.-   Sanear el clima espiritual.  No debemos cesar de recordar la imprescindibilidad de Cristo en este momento de la historia. Su actualidad trascendió – y trascenderá – todas las épocas. Todo, hasta el final de los tiemplos, será cruzado por su presencia invisible para que los responsables de las diversas gestiones acudan a su gracia redentora. Esa presencia, como lo hemos recordado en el transcurso del Adviento, se expresa en signos temporales; para leerlos correctamente se necesita el don de la fe. Don que debe ser suplicado con humildad y sana disposición del corazón. El clima contemporáneo no es propicio para el encuentro con la Palabra que suscita la fe. Todo acceso a la misma encuentra innumerables escollos que impiden la adecuada respuesta humana. Una sana educación, aunque no incluya explícitamente lo religioso, contribuye al encuentro necesario con el Redentor. Este Adviento vuelve a ponerse al servicio de la formación de un clima espiritual sano y para todos y, de esa manera, posibilitar el encuentro transformador con Jesucristo.