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SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS – Ciclo C

1 de enero de 2025

Lucas 2, 16-21

1.-     El signo mesiánico principal: evangelizar a los pobres.   María insiste en estar presente durante el desarrollo del nuevo año, que hoy iniciamos, desafiados por un futuro incierto y proyectado de manera en ciernes. Acudamos, para ello, al Evangelista de  la Anunciación y Nacimiento del Señor. Me refiero a San Lucas. Aquellos humildes pastores ejecutan lo que tienen proyectado, como consecuencia de la misteriosa visión de la algarabía angélica: “Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en un pesebre”. (Lucas 2, 15-16) Los tres constituyen el centro de la escena estremecedora y tierna de la Navidad. Están cubiertos con la sombra que ilumina el Misterio divino. Gabriel explica lo que ha ocurrido en María Virgen, utilizando términos humanamente indescifrables. Así nace el Salvador, inexplicable para un mundo sin otra perspectiva que lo percibido por los ojos y palpado con las manos. Los humildes pastores entienden lo que los sabios y prudentes no logran entender. Por ello, sin dilación alguna, se dirigen a la pobre gruta del alumbramiento milagroso. Es allí donde, postrados en tierra, adoran al Niño recién nacido. No dudan de lo que ven, y trascienden lo que ven con corazones de pobres, y con espíritus disponibles para recibir los que muchos de su pueblo rechazan. No pretenden entender el Misterio, simplemente aman a Dios. Es entonces – creyentes que caminan en la oscuridad de la fe – cuando Dios se deja conocer y amar por ellos. “Los pobres son evangelizados” anuncia el Profeta Isaías. El signo mesiánico más importante que, puesto en el momento histórico oportuno, identifica al Mesías anunciado. El mismo Jesús así lo entiende cuando al pedido de Juan Bautista, le responde por medio de sus discípulos: “Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres”. (Lucas 7, 22) Los hechos son más elocuentes que las palabras. Es preciso elevarlos sobre toda argumentación racional.

2.-     María contempla y adora a ese Ser diminuto.   Las miradas asombradas de los pastores indican una pobreza hecha humildad de corazón. Logran, de esa manera, reconocer la presencia de Dios en ese Niño que acaba de nacer. Es Dios que, inexplicablemente,  se hace el más pobre y silencioso entre los hijos nacidos de mujer. María adopta su silencio y se deja invadir por él. Es un silencio que lo abarca todo, mediante su propio silencio contemplativo, y adora, con entrañable amor, a ese ser diminuto, que es el Todopoderoso y Creador de todo lo que existe. Iniciar 2025 abre una nueva etapa en esta historia humana cargada de riesgos y esperanzas. María, Madre de Dios, es Madre de la Vida que decide hacerse cargo de la vida de todos los hombres y transformarla.  Nos corresponde dejarnos conducir por ella, Madre y Maestra del Hijo de Dios. Bajo su tutela, ella no permite que nos equivoquemos. Sabremos ser hermanos y discípulos de su Hijo divino. No es fácil someternos a su conducción, requiere que tal sometimiento sea pobreza de corazón, docilidad y obediencia inquebrantable. El mismo Maestro es el modelo, que se impone libre y dulcemente. La directiva materna a los servidores de las Bodas de Caná cobra actualidad en las circunstancias de la vida moderna: “Hagan lo que él les diga”. (Juan 2, 5)  Nos pone al servicio de Jesús, con una confianza absoluta en el poder y la misericordia de su Hijo.  Cuando accedemos a obedecerla, el agua se convierte en vino y renace el gozo y la paz de la fiesta. Hoy como entonces, al saber que Jesús es el Emanuel y, en Él, recurrimos a la generosa disposición que Dios nos revela, recuperamos la esperanza.  Es un mundo sin esperanza el nuestro, no porque no la haya, sino por haberla depositada donde no puede ser satisfecha. Cristo es la esperanza, la seguridad y la Verdad que conduce a la Vida. Prescindir de Él es una decisión desacertada que, necesariamente, acaba en tragedia. El peor mal del mundo contemporáneo consiste en cerrar el corazón a la presencia de Cristo. Es el error que el mundo no sabrá corregir si prescinde de Quien es la Palabra de Dios. Por ignorancia, indiferencia o rechazo consciente de su presencia, se produce “el pecado del mundo” y se desnivela el camino, que acaba irremediablemente en el abismo y la muerte. María, que guarda en su corazón lo que observa en su Divino Hijo, está dispuesta a ofrecerlo a quienes lo necesitan.

3.-        María, fiel al Padre, siendo la Madre del Hijo, se hace cargo del Nuevo Año 2025.   Lo hace. Toda la historia es testigo de su dádiva materna.  Como nadie, es ella, fiel al Padre, quien hace efectiva esa dádiva inigualable. 2025 será un año particularmente marcado por la presencia de María, Madre de Dios y nuestra. Nos corresponde, como ella, mantenernos atentos a las expresiones y orientaciones que Dios ofrece a sus hijos, en medio de las mayores dificultades. Es un tiempo definido por la fidelidad al Padre, que nos manifiesta su voluntad en Cristo, su Hijo bien amado. La frecuente lectura del Evangelio nos pone en contacto con la Palabra y el conocimiento de la voluntad de Dios. Es preciso que dediquemos mucho tiempo a esa lectura acompañándola con la más humilde y generosa contemplación de la misma Palabra. Esa Palabra “se hizo carne y habitó entre nosotros” con su plenitud, y con el propósito de hacernos participes de su naturaleza divina, por adopción.  La adopción no hace menos hijo al adoptado. Cristo es el Hijo del Padre por naturaleza y, gracias a Él, nosotros lo somos por adopción. No somos hijos de segunda, la herencia que pertenece al Hijo – la Vida eterna – nos pertenece por pura misericordia divina. Para hacernos merecedores de esa herencia debemos ser “pobres y humildes de corazón”, como lo es Jesús.  “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”. (Mateo 11, 29) El Nacimiento, en el tiempo, del Hijo de Dios, nos permite medir la extraordinaria humildad de aquel Niño, “recostado en un pesebre”, contemplado por su Madre y custodiado por José.  Él abre el camino que desemboca en la Verdad y en la Vida, que el mundo no deja de intentar, sin perspectiva humana de solución. El Salvador nos libra de nuestra incapacidad de encontrarlo. A partir de Él  se hallará alivio en la incesante y dolorosa búsqueda. Los seres más encumbrados mueren sin perspectiva de vida, derrotados por la violencia accidental, la edad avanzada o la enfermedad. La muerte es un destino temporal insorteable. Lo verificamos a diario y hallamos en Cristo el alivio a tanta fatiga, sin posibilidad de resolución fuera de Él.  La soberbia asfixia los mejores sentimientos del corazón humano. Por ello, es Dios quien nos enseña a ser pobres de corazón y lograr – por la humildad – el sendero que conduce a la Vida que, en Cristo, se convierte en propiedad de los hijos adoptivos.

4.-     María nos enseña a ser, como Jesús, hijos del Padre y hermanos de todos los hombres.    María es pobre como su Hijo divino y, por lo mismo, otorga un marco adecuado al Nacimiento del Hijo de Dios encarnado en ella. También lo son José, los Reyes y los pastores, desvelados por la paz de aquella venturosa Noche.  Que María, en el año 2025 iniciado, logre nuestra conversión a ser, como Jesús, hijos del Padre y hermanos, en una sociedad huérfana: incapaz de crear una convivencia fraterna que redima del odio, la discordia y la guerra.  La celebración de hoy es un verdadero proyecto de vida.   

Publicado enCiclo CHomilía