Saltar al contenido

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ – Ciclo C

29 de diciembre de 2024

Lucas 2, 41-52

1.-     Dios está entre nosotros.    Jesús es un adolescente que actúa con la capacidad de acción y reacción propia de su edad pero, sin las debilidades que vemos destacarse en muchos jóvenes de su edad. Jesús es el Santo de Dios transitando el difícil período de su crecimiento. Después de la Navidad, y al amparo de la pobreza de Belén, es conveniente – a nuestra espiritualidad – permanecer contemplando, como María y José, el Misterio del que ellos han sido depositarios. Dios está entre nosotros, para nosotros. Para que el mundo llegue a ser plenamente consciente de la presencia de Dios, en sus acontecimientos y circunstancias, necesitará abandonar la soberbia y aceptar lo que viene de Dios, sin el concurso de sus frágiles artificios filosóficos. ¡Qué distantes estamos hoy de concretar ese ideal de vida! No obstante, la gracia de Dios hace posible ese “imposible” humano. No lo asegura un silogismo filosófico, quizás genial, pero inexpresivo, cuando se trata de las cosas de Dios. La Palabra revelada, tanto en la Escritura como en la Tradición, constituyen la fuente inagotable de la Verdad que necesitamos para vivir y construir nuestra Casa terrestre. La Sagrada Familia de Nazaret encarna toda la Verdad revelada: Jesucristo, su Madre y su padre adoptivo. En ellos se manifiesta, para el mundo, el Misterio del Amor divino.  En la historia de los grandes convertidos hallamos que el drama  del hambre y de la sed de Dios, encuentra en Cristo la única vertiente que la resuelve y satisface. Es preciso llegar a ella, mediante la predicación de los Apóstoles y los Sacramentos, por la Iglesia que los dispensa a los hambrientos y sedientos de Dios, conscientes o inconscientes de serlo. El caso de los Van Der Meer  es emblemático para orientar esa búsqueda. Contemplando las estrellas, el poeta auto calificado “ateo” dice a su esposa: “Cristina, ¡qué bello es el universo, pero, me apena pensar que no tiene autor! (así piensa como ateo). De inmediato expresa confidencial y dramáticamente: Pero ¿por qué lloras alma mía?”.  El  mundo del agnosticismo y del ateísmo materialista tiene un alma que llora al adoptar, como sistema de vida,  el triste convencimiento de que Dios no existe.

2.-    El principado de la incredulidad.   La responsabilidad social de los creyentes, es enjugar las amargas lágrimas de los que aún no creen, lamentándolo o no.  Jesús nos enseña a creer, franqueando el umbral de las apariencias, para sumergirnos en el conocimiento del Padre. Encomienda a su Iglesia, fundada en los Apóstoles y Profetas, la impresionante misión que Él recibió de su Padre: conducir a todos los hombres y pueblos al conocimiento de la Verdad, y arreglar sus vidas conforme al mismo. La obediencia a la voluntad del Padre, que Él pone en la cúspide de su enseñanza, se topa con el fenómeno inexplicable del principado de la incredulidad, que prevalece en los ámbitos más selectos de la sociedad. Por ello es preciso que la fe florezca en la vida. Es decir, que no sea una formalidad, aceptada como circunstancialmente conveniente, para una decoración de tipo cultural. Es como si no nos quedara otra que reconocer que somos creyentes, aunque no lo seamos de verdad. Nos consideramos fieles, amparados por una formal honestidad, al profesar la fe declarada al recibir el Santo Bautismo. De los 1.800 bautizados en la Iglesia Católica, ¿cuántos son conscientes de las implicancias del Bautismo recibido? Un porcentaje mínimo, consentido como normal. El buen cristiano  es quien se ha tomado en serio la responsabilidad de serlo, aun arriesgándolo todo por serlo, hasta la propia vida. ¿Así se lo entiende hoy? Algunos han cuestionado haber sido bautizados sin su consentimiento. Los padres cristianos transmiten la fe como han transmitido la vida, educando a sus hijos tanto para ser hombres y mujeres de una determinada cultura, como para ser cristianos. Nadie puede objetar tal manera de estar presente en la historia y hacerse cargo de ella. No obstante, expresando una injusta discriminación, muchos menosprecian la fe, no el haber nacido en un país y adoptado su cultura. Seamos coherentes cuando se trata de la fe infundida en el Bautismo y transmitida en la educación, impartida por los padres cristianos, que se suponen creyentes. Se considera una obligación ineludible que los hijos reciban una buena y conveniente educación escolar y se la descuida cuando se trata de la fe en la que fueron bautizados. Existe una contradicción, que provoca un descuido incomprensible en la transmisión de la fe. La apreciación del Bautismo recorre un extraño proceso, con frecuencia, causado por padres y padrinos cuya práctica de fe, si se da, se destaca por su ausencia o fragilidad.

3.-     Un modelo para la vida familiar contemporánea.   La Sagrada Familia – de Jesús, María y José – se constituye en modelo para la vida familiar contemporánea. Las enormes irregularidades que hoy la enferman, ponen en peligro su consistencia y salud. Es preciso recurrir a ese Modelo y asegurarnos que es posible su realización. La gracia de Cristo acude en auxilio de la vida familiar convirtiendo su estructura original en sacramento. Si los valores que la sustentan a la sociedad se producen fuera de los términos de la fe cristiana, indican  una evidente acción del mismo Espíritu Santo. Los bautizados son los evangelizadores de la vida conyugal y familiar. No pueden eludir ese mandato recibido de Jesús, al ascender a los Cielos, e impulsar a la pequeña grey de sus asombrados discípulos. Para ello se requiere cultivar los valores cristianos del matrimonio y de la familia. Será una ardua tarea que incluirá posibilidades y riesgos. La promesa de la presencia del Señor resucitado, hasta el fin de los tiempos, asegura el logro de la acción evangelizadora. Lo que no pueden los hombres lo hace Dios, capacitándolos para lograrlo. Puede recurrir al milagro pero, no lo hace de manera ordinaria. No podemos dejar todo a Dios, será preciso abandonarse a su acción misericordiosa y artesanal. Es entonces cuando hace su obra, por lo común, a través de nuestro consentimiento generoso. Su gracia hace que obremos conforme a la identidad que nos ha otorgado. San Pablo lo afirma con gran convicción: “…por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí…” (1 Corintios 15, 10) El hombre no está destinado a soportar “pacientemente” la acción artesanal de Dios, sino a subordinar, con humildad, su propia acción a la del Santo Espíritu, Creador y Redentor. Para que logremos hacer lo nuestro, comprometiendo nuestra libertad, Cristo nos ofrece medios altamente eficaces: la Palabra predicada y los sacramentos celebrados. Gracias a los mismos, que nos transmiten la gracia de Dios, podemos, como Pablo, abandonarnos a su fecunda acción reconciliadora y santificadora. De esa manera será posible lo que, librados a nuestras débiles fuerzas, sería absolutamente imposible. Los miembros santos de la Sagrada Familia, demuestran que el poder de la gracia de Cristo logra que el ideal de la Sagrada Familia se halle al alcance de la mano de quienes quieran realizarlo.

4.-     Proyección de la Familia Trinitaria.   Jesús es modelo de hijo; María modelo de madre y esposa; José modelo de padre y esposo. Se entiende la excepcionalidad que los destaca. Pero, no en vano Dios los propone como realización de la Familia Trinitaria: Modelo original que debe realizar el hombre, en la principal de sus instituciones: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. (Génesis 1:26) Quienes se empeñan en modificaciones, que destruyen a la familia tradicional, se oponen al plan de Dios Creador y Redentor. Por lo mismo, ponen a todo el género humano al borde de su destrucción. No existe otra forma de ser familia que la propuesta, desde siempre, por Dios: “al principio no fue así”. No es lo mismo creer y no creer, como no es lo mismo vivir y no vivir.

Publicado enCiclo CHomilía