LA ORACIÓN DE JESÚS III

La oración de Jesús no sucumbe al método, pero no deja de adquirir una forma definida de relación con el Padre. Corresponde a su sensibilidad, a su realidad psicofísica. Más allá de toda expresión significativa observamos su actitud de amorosa ofrenda. Ofrece al Padre todo lo que ha recibido. Su ofrenda es libre y, por lo mismo, expresiva de su amor entrañable y gratuito.

Al constituirnos en testigos, como piadosos espectadores, de sus largas horas de oración, noches enteras y días dedicados a estar con su Padre, comprobamos que el tiempo ofrecido y sacrificado en la quietud de la contemplación es su vida, lo mejor de la misma. Los hombres somos celosos de nuestro tiempo, aunque lo perdamos lastimosamente. Darlo es sacrificar la vida. Por su valor inclasificable es incanjeable, se ofrece gratuitamente o se lo niega.

Poca gente da su tiempo a los demás sin esperar retribuciones. Nadie regala nada, afirmamos frecuentemente. A un pobre, para desprendernos pronto de él, le entregamos el dinero que nos pide pero no perdemos el tiempo en obsequio a su persona. Así no obra Jesús. Permítanme decirles:Dios no obra así con nosotros, que nos regala el tiempo que poseemos, y espera pacientemente. ¿Por qué? Porque nos ama. Al que amamos ofrecemos nuestro tiempo, sin impaciencias, con entrañable dulzura.

La oración de Jesús, por lo que observamos, es dádiva de su tiempo al Padre, una especie ejemplar de devolución amorosa. Lo gasta con Él, lo pone absolutamente a su disposición. Lo ofrece, no lo canjea irrespetuosamente por nada, ni aún por los dones más nobles y santos. ¿La razón de esta actitud? El Padre es lo más importante, lo merece todo. Si preguntaran a Jesús el motivo de su actitud confesaría con sencillez: porque Lo amo.

¿Qué hace Jesús durante las prolongadas horas de oración? Nada de lo que los hombres consideran útil. Recordemos a María y a Marta. Acostumbramos a cargar libros y depositarlos en el sitio de nuestra oración. Constituyen una ayuda, absolutamente transitoria. Componer hermosas oraciones, leer las obras de los grandes maestros de la espiritualidad cristiana, terminan en el agotamiento intelectual. Jesús dirige su mirada interior a Quien no necesita ver con sus ojos de carne. Deja que todo su ser se colme de la presencia de su Padre. El amor es, sin duda, su máxima actividad, expresada en el desgranado sereno de su tiempo.

Cuando vaciamos nuestro tiempo de toda actividad es cuando podemos dedicarlo exclusivamente a Él. No es fácil y solemos sucumbir ante la dificultad. Nos aburrimos, escapamos a buscar distracciones y Lo desatendemos. No sabemos qué hacer con esa hora de meditación y acudimos a un buen libro, no como ayuda para la contemplación, sino para entablar un diálogo intelectual y espiritual con otra persona, el autor, que no es Dios, aunque nos hable hermosamente de Dios.

Jesús, atento a su Padre, no admite intermediarios. Se empeña en mirarlo con amor en el desgranado continuo de su tiempo. La aceptación del dolor del tedio, del aburrimiento, del vacío de ideas e imágenes, será expresión más pura de la preferencia por su Padre.

Es preciso que hagamos la experiencia de ese sacrificio del tiempo al Padre. Al modo de Jesús, contagiándonos de sus sentimientos, que superan toda emoción, debemos pasar prolongados momentos con el Padre, no intentando más que estar con Él y hacer su voluntad. Es conveniente iniciar, de esa manera, nuestras jornadas e interrumpirlas todas las veces que sea posible para reiterar ese desgranado saludable de nuestro tiempo, y vida, en obsequio a Quien nos lo ha dado todo.