ATENTO AL PADRE

Así entendida la oración borra de nuestra relación con Dios, nuestro Padre, toda desatención. Para Jesús no hay más que su Padre y lo que éste ama sobre todo. De esta manera adquirimos la posibilidad de comprender hasta qué punto nos ama el Padre: “Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo Unigénito”.

Intelectualizamos, o racionalizamos, todo de tal modo que atender es entender. En cambio atenderes la forma más honda del esperar. Coincidentemente el verbo francés attendre significa esperar. Incluye una relación personal muy íntima y trascendente. Atender a la Persona de Dios es esperarlo todo de Él, referirlo todo a Él, descansar, como en la cumbre de una escarpada montaña, en Él. La oración de Jesús es un modelo único e inigualado. Está su Padre que lo espera y a Quien espera, que lo abraza con ternura paterna y a Quien abraza, en una reciprocidad conmovida.

El Amor, el Espíritu Santo en la Trinidad Santísima, une estrechamente al Padre y al Hijo. Misterio que se revela en la Encarnación. La atención puesta en el Padre, bebida en la experiencia y convicción de la atención que su Padre le presta, está íntimamente motivada e impulsada por la libertad. El que ama con más pureza es el más libre. Es apasionante como ideal la libertad de Jesús amando a su Padre. Quisiera detenerme aquí para ilustrar mi comprensión de este misterio que, sin duda, nos afecta esencialmente.

Dios ama infinitamente al hombre. Por amor a él mismo lo ha creado y no dejará de amarlo. Ese amor incluye necesariamente respeto a la libertad, a la capacidad de responder por puro amor. No reconoce a su criatura racional en el buscador egoísta de posesiones, tanto materiales como espirituales. El pecado, que es egoísmo, ha desfigurado al hombre como criatura suya, como hijo entrañable. Dios sigue amando a quien puso en la existencia y favorece, hasta lo impensable, la reacción filial que lo reconduce a Sí o a la Casa familiar común.

La Redención es recuperación del hombre como ser libre en el amor oblativo, semejante al de Dios. Jesús es la causa de nuestra Redención y, al mismo tiempo, nos enseña prácticamente, con su comportamiento humano, a ser “el hombre que Dios siempre quiso”. Lo sigue queriendo con insistencia en la observación de la “prodigalidad” que nos ha llevado a constituir un mendigo harapiento y enfermo. El regreso es recuperación progresiva de lo perdido, sobre todo del ejercicio de la libertad en la responsabilidad.

Sólo el amor pone en situación de verdadera atención a una persona ante el ser amado. El que ama más es el más excelente de los contemplativos. Dios contempla, ama con amor purísimo inigualable, a su criatura racional. ¡Cuánto nos cuesta ponernos delante de nuestro Padre a pesar del acceso eficaz que favorece nuestro encuentro! Dios es más contemplativo de nosotros, en lo que es su obra de verdad y de bondad, que nosotros de Él. Deslumbra por su belleza infinita, nosotros estamos afeados por nuestros pecados. Se dice que San Felipe de Neri afirmó en cierta oportunidad: “No conozco el corazón de un criminal. He tenido la oportunidad de asomarme al corazón de un hombre honesto y ¡es horrible!

La libertad nos otorga la capacidad de purificar nuestro amor en el sufrimiento causado por la ausencia de toda compensación afectiva, sensible o espiritual. Dios nos ha elegido cuando, de nuestra parte, no nos era posible suscitar en Él el mínimo gesto de complacencia, porque no existíamos. Dios siguió eligiéndonos cuando, por nuestros pecados, constituíamos seres accidentalmente inamables. San Pablo lo expresa con un realismo propio de su estilo. La elecciónes verdadero amor, no la emoción. La elección es sostenida por la libertad, en cambio la emociónes fluctuante y externa como el calor y el frío.